WALDORF: EDUCAR DESDE LAS EMOCIONES.
REPORTAJE DIARIO DE BURGOS
EN LA ESCUELA WALDORF DE VALLADOLID
"EL PUENTE AZUL"
J. López (Ical) - lunes, 15 de septiembre de 2014
Proveer al niño de herramientas emocionales y despertar la capacidad
individual de cada uno, porque lo más importante no son los contenidos, sino
los sentimientos. Todo ello sin libros de texto, con paredes de colores
acogedores que incitan al aprendizaje, como el salmón y el naranja, con la
utilización del ritmo y la música para asimilar conocimientos y con la idea de
«educar para ser, no para tener». Esta es la base de la pedagogía
Waldorf, un método educativo con 95 años de historia creado para los hijos de
los trabajadores de una fábrica de tabaco en Stuttgart en 1919 y que «contempla
al ser humano de una forma más global, desde su parte intelectual, a la física,
emocional y psíquica».
Así lo define Thurit Armbruster, directora de la Escuela Puente Azul de
Valladolid, la única en Castilla y León que imparte este tipo de educación con
dos tutores y varios profesores especialistas para asignaturas como Educación
Física e Inglés, entre otras. De momento, una veintena de niños de Primaria y
medio centenar en Infantil integran las aulas en estos primeros días del curso
en esta escuela de la ciudad del Pisuerga. El método busca incitar la
«voluntad» del alumno en edad infantil, debido «a su continuo interés, ser en
movimiento, potenciando los ritmos, las imitaciones y las herramientas que cada
uno tiene». «Ello activa la voluntad del niño», destaca Armbruster.
Por ello, son importantes los gestos de las «personas de referencia», tanto
maestros como padres, a los que los más pequeños intentan imitar continuamente.
En este sentido, cobra un peso relevante la «coherencia» entre los hechos de
casa y de las clases. Así, la inscripción en el centro es un «esfuerzo», no
sólo económico por su carácter privado, sino también con otro tipo de
recomendaciones para el hogar. «Queremos que el niño no tenga ninguna relación
con la televisión, para que luego el juego sea verdadero y libre y no traigan
conceptos preconcebidos», manifiesta.
Sin televisión. Como ejemplo, asegura que lo bonito es ver como un grupo de niños construye
una cabaña y juega a su alrededor imitando una vivienda. «Si un niño ha visto
el día antes la película de Peter Pan», relata, «intentará imponer el juego,
las vestimentas y los personajes y no dejará vía libre a su imaginación. Por
eso, apelamos a la conciencia de que nada de televisión y a los padres les
pedimos ese compromiso», asevera.
Ya en Primaria, los niños trabajan «el sentir». «Todo lo que los niños
desarrollan intelectualmente tiene que ser trabajado, vivenciado con
anterioridad. Pero además, los profesores lo hacen de una manera bella para
despertar el sentir y que entienden una letra y un número», comenta.
La pregunta es, ¿cómo se aplica toda esta teoría en las aulas? Thurit
Armbruster lo tiene claro. «Hay que desarrollar al ser humano de forma global.
Nosotros no llegamos con un libro, que lo abran por la página 3, soltamos la
lección y que hagan los ejercicios. Primero, esperamos a los niños en la
puerta, les saludamos, les preguntamos cómo les va todo, para que se sientan
importantes, acogidos, vistos por su maestro. Y es que, si ellos tienen
problemas y están preocupados o enfadados, ¿qué les importa lo que el profesor
explique? Les tendemos un puente para trabajar la emocionalidad», explica
detalladamente la directora, quien incide en la relevancia que para la
pedagogía Waldorf tiene el concepto ‘saludar’: «salud dar».
El método, que llegó por primera vez a España en 1979 a un colegio de Las
Rozas (Madrid) y ahora ya está extendido, también intenta corregir los aspectos
malintencionados del alumno mediante la «belleza». Esto es, que si un niño
ensucia algo o comete un daño, «se le pide que lo limpie o lo arregle, porque
los límites son signos de amor, para que se den cuenta de lo que ha sucedido».
Una vez en las aulas y tras los saludos diarios a los profesores, a los que
nombran con el ‘don’ por delante, los alumnos crean un corro y trabajan los
conocimientos a través del ritmo, «lo que ayuda a activarlos y a desarrollarse
socialmente con otros compañeros y anímicamente». En realidad, es similar a
cuando los estudiantes de hace varias décadas aprendían cantando la tabla de
multiplicar o ciertos poemas.
No hay libros. Ya en los pupitres, llama la atención la ausencia de libros
de texto. «No los necesitamos. Para el contenido, el profesor se prepara las
clases y luego se deja vía libre a la imaginación del alumno para que refleje
sus conocimientos en el cuaderno. Eso le servirá como libro», indica
Armbruster.
La pedagogía Waldorf nació en una Europa donde se buscaban nuevas
orientaciones sociales. Dentro de esta corriente, Emil Molt, director de la
fábrica de cigarrillos Waldorf-Astoria en Stuttgart (Alemania), se dirigió a
Rudolf Steiner, fundador del movimiento antroposófico, y le pidió que le
ayudara en la construcción de una escuela para los hijos de los obreros de su
factoría. Seis meses más tarde, en 1919, se abrieron las puertas de la primera
escuela Waldorf en el mundo.
A diferencia de otras, recalca Thurit Armbruster, este método «no es
competitivo, sino colaborativo, valores contrarios a los que muchas veces marca
la sociedad». Lo dice segura de que la educación «está sufriendo hoy en día y
la infancia también». «No hay mucho tiempo para jugar, hay mucha presión en los
alumnos, complicaciones para intentar ir por delante, aspectos diferentes a lo
que busca Waldorf», subraya.
En el período de entreguerras se abrieron otras escuelas en Alemania,
Suiza, Gran Bretaña, Holanda, Francia, Yugoslavia y Estados Unidos. Sin
embargo, con el advenimiento del nacional socialismo, algunas tuvieron que
cerrar porque el gobierno alemán consideró intolerable el énfasis que imprimían
a la individualidad del niño.
Este sistema educativo está integrado en el marco de las Escuelas Asociadas
de la Unesco y es el movimiento educativo más importante del mundo en número de
estudiantes, según propugna la propia pedagogía. «El método no es cerrado, está
vivo, porque el fundamento no cambia y la fuerza de cada niño es diferente», concluye.