sábado, 7 de febrero de 2015

LOS CUATRO TEMPERAMENTOS EN LA INFANCIA,
POR RUDOLF STEINER.

Heinrich Peitmann

El temperamento colérico:
El andar del colérico es resuelto y dinámico, por lo general pisa vigorosamente con el talón. El prototipo histórico de este temperamento es Napoleón: de figura más bien compacta, con imponente cabeza, cuello corto y, en relación con el torso largo, extremidades relativamente cortas.
Se caracteriza por su iniciativa, su compromiso idealista y su capacidad de aguantar hasta el agotamiento, intensidad en todo sentido, facilidad para entusiasmarse y amor a la verdad, como así también la puntualidad y fácil irritabilidad cuando algo no sucede según sus planes. Todas estas particularidades pueden trasladarse a lo negativo, cuando el individuo no se juega por una meta idealista, sino por una de tipo egoísta.
Los niños coléricos resultan bastante cansadores. Llaman la atención por su iracundia, repentinos cambios de ánimo o dramáticos arrebatos emocionales; pueden vociferar de rabia, dar golpes a su alrededor, y en ocasiones internar literalmente “dar la cabeza contra la pared. Pero también pueden “jugarse” en forma ejemplar por misiones especiales, a favor de otros niños o para reparar errores cometidos. En la escuela siempre son un factor estimulante.


El temperamento sanguíneo:
El sanguíneo recién se siente bien de verdad, cuando tiene un entorno humano. Es abierto y tiene interés y comprensión por todo cuanto ocurre a su alrededor. Rara vez da su juicio sólo en principio; normalmente tampoco es rencoroso y es extraordinariamente proclive a establecer contactos. Los niños sanguíneos se reconocen porque están en constante movimiento y tienden a agotar sus fuerzas. Esto conduce a que de noche muchas veces necesiten más sueño y hasta en la edad escolar necesiten una pequeña siestita al mediodía.
Como alumno, el sanguíneo goza de popularidad general, porque siempre tiene alguna ocurrencia graciosa. También en la edad adulta se aprecia su conversación estimulante y resulta gratificante que él de inmediato nos llame por el nombre. Este temperamento se convierte en un peligro cuando lo alegre degenera en lo no comprometido, y el entrometido superficial pasa a ocupar el primer plano.
Constitucionalmente, el sanguíneo por lo general es de talla delgada, estructura ósea liviana, grácil, y tiende a una tupida cabellera enrulada, mímica y gestos vivaces. Su andar es más bien a los saltos, con importante apoyo en los dedos de los pies.


El temperamento flemático:
Quien posee un predominio de las características anímicas del flemático, tiene la capacidad de conservar la calma en situaciones difíciles, y mantener el equilibrio cuando por ejemplo el colérico hace rato ya habría salido corriendo, dando un portazo. Sin la paciencia de estos individuos, su lealtad, equilibrio y amor a las costumbres, como así también su precisión al realizar trabajos, no podría existir comunidad humana. Entre los flemáticos se encuentran madres y maestros ideales; constituyen el polo sereno, en su esencia no agresivo, que siempre busca el equilibrio y son extraordinariamente confiables. En la infancia a veces se suele reconocer al flemático por la mirada llena de asombro con que observa al mundo. Es capaz de estar sentado, callado y contento, en medio del barullo, especialmente si ha descubierto algo comestible y ahora se dedica a consumirlo! No se deja tentar para abandonar su posición de reservista, y mucho menos por una orden de mando con la que alguien pretenda movilizarlo de una vez. Frente a tales exigencias se tornará aún más apacible. Es evidente que este temperamento se convierte en un peligro cuando la serenidad degenera en aburrimiento, el amor a las costumbres en pedantería y mentalidad burguesa.
El flemático constitucionalmente es de proporciones armónicas, mientras su simpatía por la buena comida no lo haya hecho regordete. Su andar es pausado, con sólida flexión de las plantas de los pies.


El temperamento melancólico:
Ya en la infancia llaman la atención los ojos expresivos en el rostro, muchas veces delgado, del melancólico. Vivencias y encuentros suelen tener efectos duraderos en él, y de noche todavía puede llorar por algo que le ha sucedido a la mañana. Como alumno y adolescente muchas veces se siente incomprendido y mal interpretado. Él mismo toma parte intensamente de todo acontecer trágico y sufre muy especialmente en un entorno impregnado de superficialidad y el no-compromiso. En la edad adulta se ponen positivamente en evidencia la profundidad del pensamiento, la seriedad y la capacidad de ser compasivo. La melancolía se convierte en peligro cuando el hecho de que refiera todo a sí mismo, la auto observación y el afán de criticarse a sí mismo y a los demás llegan a ocupar el primer plano, o cuando el espíritu de equidad degenera en comparaciones envidiosas.
Constitucionalmente, en el melancólico por lo general encontramos una estatura alta, delgada, muchas veces ligada con una leve debilidad de los tejidos conjuntivos, que acentúa la impresión del andar alicaído o la “mala postura”. Muchas veces la cabeza tiene una forma particularmente bella, con ojos profundos. En andar puede ser firme y mesurado, aunque también algo pesado.
Los cuatro temperamentos y la piedra en el camino
Ágil y con gracia salta el sanguíneo audaz sobre la piedra;
poco le preocupa si allí tropieza.
Es enérgico el puntapié con que la aparta el colérico
y con ojo chispeante disfruta del logro.
Al llegar el flemático, modera su andar:
“Si no te apartas de mi camino, entonces, te rodearé”.
Pero el melancólico meditabundo se detiene ante ella,
con rostro descontento por su eterna desgracia.



Extractado de Pediatría para la familia
Wolfgang Goebel y Michaela Glöckler
Editorial Epidauro. Bs. As., 2000

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