LOS CUATRO TEMPERAMENTOS EN LA INFANCIA,
POR RUDOLF STEINER.
Heinrich Peitmann
El temperamento
colérico:
El andar del colérico es resuelto y dinámico, por
lo general pisa vigorosamente con el talón. El prototipo histórico de este
temperamento es Napoleón: de figura más bien compacta, con imponente cabeza,
cuello corto y, en relación con el torso largo, extremidades relativamente
cortas.
Se caracteriza por su iniciativa, su compromiso
idealista y su capacidad de aguantar hasta el agotamiento, intensidad en todo
sentido, facilidad para entusiasmarse y amor a la verdad, como así también la
puntualidad y fácil irritabilidad cuando algo no sucede según sus planes. Todas
estas particularidades pueden trasladarse a lo negativo, cuando el individuo no
se juega por una meta idealista, sino por una de tipo egoísta.
Los niños coléricos resultan bastante cansadores.
Llaman la atención por su iracundia, repentinos cambios de ánimo o dramáticos
arrebatos emocionales; pueden vociferar de rabia, dar golpes a su alrededor, y
en ocasiones internar literalmente “dar la cabeza contra la pared. Pero también
pueden “jugarse” en forma ejemplar por misiones especiales, a favor de otros
niños o para reparar errores cometidos. En la escuela siempre son un factor
estimulante.
El temperamento
sanguíneo:
El sanguíneo recién se siente bien de verdad,
cuando tiene un entorno humano. Es abierto y tiene interés y comprensión por
todo cuanto ocurre a su alrededor. Rara vez da su juicio sólo en principio;
normalmente tampoco es rencoroso y es extraordinariamente proclive a establecer
contactos. Los niños sanguíneos se reconocen porque están en constante
movimiento y tienden a agotar sus fuerzas. Esto conduce a que de noche muchas
veces necesiten más sueño y hasta en la edad escolar necesiten una pequeña
siestita al mediodía.
Como alumno, el sanguíneo goza de popularidad
general, porque siempre tiene alguna ocurrencia graciosa. También en la edad
adulta se aprecia su conversación estimulante y resulta gratificante que él de
inmediato nos llame por el nombre. Este temperamento se convierte en un peligro
cuando lo alegre degenera en lo no comprometido, y el entrometido superficial
pasa a ocupar el primer plano.
Constitucionalmente, el sanguíneo por lo general es
de talla delgada, estructura ósea liviana, grácil, y tiende a una tupida
cabellera enrulada, mímica y gestos vivaces. Su andar es más bien a los saltos,
con importante apoyo en los dedos de los pies.
El
temperamento flemático:
Quien posee un predominio de las características
anímicas del flemático, tiene la capacidad de conservar la calma en situaciones
difíciles, y mantener el equilibrio cuando por ejemplo el colérico hace rato ya
habría salido corriendo, dando un portazo. Sin la paciencia de estos
individuos, su lealtad, equilibrio y amor a las costumbres, como así también su
precisión al realizar trabajos, no podría existir comunidad humana. Entre los
flemáticos se encuentran madres y maestros ideales; constituyen el polo sereno,
en su esencia no agresivo, que siempre busca el equilibrio y son
extraordinariamente confiables. En la infancia a veces se suele reconocer al
flemático por la mirada llena de asombro con que observa al mundo. Es capaz de
estar sentado, callado y contento, en medio del barullo, especialmente si ha
descubierto algo comestible y ahora se dedica a consumirlo! No se deja tentar
para abandonar su posición de reservista, y mucho menos por una orden de mando
con la que alguien pretenda movilizarlo de una vez. Frente a tales exigencias
se tornará aún más apacible. Es evidente que este temperamento se convierte en
un peligro cuando la serenidad degenera en aburrimiento, el amor a las
costumbres en pedantería y mentalidad burguesa.
El flemático constitucionalmente es de proporciones
armónicas, mientras su simpatía por la buena comida no lo haya hecho regordete.
Su andar es pausado, con sólida flexión de las plantas de los pies.
El
temperamento melancólico:
Ya en la infancia llaman la atención los ojos
expresivos en el rostro, muchas veces delgado, del melancólico. Vivencias y
encuentros suelen tener efectos duraderos en él, y de noche todavía puede
llorar por algo que le ha sucedido a la mañana. Como alumno y adolescente
muchas veces se siente incomprendido y mal interpretado. Él mismo toma parte
intensamente de todo acontecer trágico y sufre muy especialmente en un entorno
impregnado de superficialidad y el no-compromiso. En la edad adulta se ponen
positivamente en evidencia la profundidad del pensamiento, la seriedad y la
capacidad de ser compasivo. La melancolía se convierte en peligro cuando el
hecho de que refiera todo a sí mismo, la auto observación y el afán de
criticarse a sí mismo y a los demás llegan a ocupar el primer plano, o cuando
el espíritu de equidad degenera en comparaciones envidiosas.
Constitucionalmente, en el melancólico por lo
general encontramos una estatura alta, delgada, muchas veces ligada con una
leve debilidad de los tejidos conjuntivos, que acentúa la impresión del andar
alicaído o la “mala postura”. Muchas veces la cabeza tiene una forma
particularmente bella, con ojos profundos. En andar puede ser firme y mesurado,
aunque también algo pesado.
Los cuatro temperamentos y la piedra en el camino
Ágil y con gracia salta el sanguíneo audaz sobre la
piedra;
poco le preocupa si allí tropieza.
Es enérgico el puntapié con que la aparta el
colérico
y con ojo chispeante disfruta del logro.
Al llegar el flemático, modera su andar:
“Si no te apartas de mi camino, entonces, te
rodearé”.
Pero el melancólico meditabundo se detiene ante
ella,
con rostro descontento por su eterna desgracia.
Extractado de Pediatría para la familia
Wolfgang Goebel y Michaela Glöckler
Editorial Epidauro. Bs. As., 2000
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