Queremos compartir con vosotros este extracto de este maravilloso libro: LA TIERRA COMO ESCUELA de Roberto Crottogini.
(Información vía: Proyecto Hermes -Centro de Docencia, Asistencia e Investigación Antroposófica en Argentina-)
"Los años fluyen en el correr del tiempo,
dejando al hombre los recuerdos,
y en los recuerdos se entretejen para el alma,
el ser y el sentido de la vida.
Vivencia el sentido, confía en el Ser
y el Ser cósmico se unirá con el núcleo de tu existencia."
-Rudolf Steiner -
LA BIOGRAFÍA HUMANA DESDE UN PUNTO DE VISTA ESPIRITUALdejando al hombre los recuerdos,
y en los recuerdos se entretejen para el alma,
el ser y el sentido de la vida.
Vivencia el sentido, confía en el Ser
y el Ser cósmico se unirá con el núcleo de tu existencia."
-Rudolf Steiner -
Una formidable experiencia terrenal del yo humano expresado en septenios.
En una biografía, el desarrollo de los septenios guarda estrecha
relación con la transformación de los cuerpos constitutivos del hombre.
De esta manera, estas transformaciones darán origen a las sucesivas
etapas biográficas o septenios.
Recordemos que la Antroposofía
es una cosmovisión del hombre, la cual nos permite conocer cada uno de
los cuerpos que lo conforman. Estos cuerpos son:
*Cuerpo físico, es lo que visible y conocido.
*Cuerpo etérico o vital, impregna el cuerpo físico y le da vida.
*Cuerpo astral o cuerpo de sensaciones, que permite que el hombre sienta.
*Yo o individualidad, aquello que nos hace inéditos y distintos a todos.
*Cuerpo físico, es lo que visible y conocido.
*Cuerpo etérico o vital, impregna el cuerpo físico y le da vida.
*Cuerpo astral o cuerpo de sensaciones, que permite que el hombre sienta.
*Yo o individualidad, aquello que nos hace inéditos y distintos a todos.
Sobre estos cuatro cuerpos se desarrollan los septenios o la biografía humana.
CLASIFICACIÓN DE LOS SEPTENIOS
Básicamente, podemos hacer una triestructuración:
*Septenios del cuerpo: desde el nacimiento hasta los 21 años
*Septenios del alma: desde los 21 años hasta los 42 años
*Septenios del espíritu: Desde los 42 años hasta los 63 años
*Septenios del cuerpo: desde el nacimiento hasta los 21 años
*Septenios del alma: desde los 21 años hasta los 42 años
*Septenios del espíritu: Desde los 42 años hasta los 63 años
Las posibles clasificaciones de las distintas edades de la vida son
muchas: en decenios, en septenios; la diferencia radica que, en la
Antroposofía, estos tiempos no están dados arbitrariamente. El tiempo,
que demoran los miembros esenciales en hacer su metamorfosis, es lo que
determina esta clasificación en septenios. Aproximadamente, cada siete
años se produce la transformación de cada uno de los cuerpos que
componen al hombre.
Así como los chinos dicen: "Aprender, luchar y ser sabio"; en Antroposofía, se habla de:
*maduración física,
*maduración anímica y
*maduración espiritual.
*maduración física,
*maduración anímica y
*maduración espiritual.
Esto quiere decir que se emplean veintiún años en consolidar la estructura del cuerpo físico.
Los primeros tres septenios se llaman septenios del cuerpo, durante los
cuales se producen la mayor cantidad de cambios y dan la fisonomía
correspondiente a esta etapa. Desde la perspectiva de la organización
del cuerpo, del crecimiento de los órganos, hasta los veintiún años,
podemos decir que:
*Primer septenio: desde el nacimiento a 7 años: cuerpo físico
*Segundo septenio: desde 7 años hasta 14 años: cuerpo etérico
*Tercer septenio:desde 14 años hasta 21 años: cuerpo astral
*Primer septenio: desde el nacimiento a 7 años: cuerpo físico
*Segundo septenio: desde 7 años hasta 14 años: cuerpo etérico
*Tercer septenio:desde 14 años hasta 21 años: cuerpo astral
Alrededor de esta edad, el cuerpo deja ya de crecer y comienza una
transformación de lo que llamamos el alma, el mundo interior. A los 21
años, se produce el nacimiento del Yo y el cuerpo astral es donde se
expresa el Yo. Un niño recién nacido no tiene conciencia, tiene
conciencia cósmica. El Yo no está totalmente presente; a medida que el
niño crece, el Yo se acerca cada vez más.
El septenio central,
que transcurre entre los 28 y los 35 años, es el período donde el Yo
está más cerca de la organización física, período denominado alma
racional. Aquí, el Yo se refleja con mayor fuerza en la personalidad. La
persona privilegia el pensamiento y trae, también, el reflejo de la
individualidad; puede ser el momento de mayor orgullo, de máxima
ambición y soberbia.
En el septenio de la maduración física,
desde el nacimiento a los 21 años, el individuo conoce o empieza a
conocer la vida; en el septenio de la maduración anímica, de 21 a 42
años, el individuo acepta la vida y, en el tercer ciclo, el septenio de
la maduración espiritual, de 42 a 63 años, recapitula sobre lo vivido.
Teóricamente, esto es lo que va sucediendo, cuando no hay alteraciones
en los procesos.
SEPTENIOS DEL CUERPO
*Primer septenio, desde el nacimiento hasta los 7 años:
Cuando es concebido, el hombre como embrión, aún no está organizado, no
está constituido por los cuatro cuerpos. En el seno materno, ya es
físicamente visible; esto es posible gracias a la ecografía. La madre
aporta vitalidad y, a medida que se alimenta, forma sustancia viviente.
Esto es un milagro, nadie puede hacerlo como quiere y, así, decimos que
la vida no es nuestra sino que recibimos vida.
Tanto el embrión
como el niño recién nacido no tienen conciencia; el recién nacido no
sabe quién es. En el nacimiento, el hombre no sólo es muy parecido a un
animalito sino que es mucho más débil que cualesquiera de los animales
de la creación. Los estudios nos muestran que, desde el momento del
nacimiento hasta la manifestación del Yo, el hombre podría funcionar
como un animal porque posee sólo tres cuerpos: cuerpo físico, cuerpo
etérico y cuerpo astral. Físicamente, el Yo demora más o menos un año en
manifestarse. El hombre sostiene su cabeza a los tres meses; se sienta,
a los seis meses; se pone de pie, a los nueve meses y camina, a los
doce meses; ésta es la influencia del Yo. Poder caminar significa que la
columna vertebral del hombre se yergue como consecuencia de la acción
del Yo. Merced a su propio Yo, el hombre puede erguirse y comenzar el
trabajo de sostenerse.
Como hemos visto, los cuerpos
constitutivos del ser humano no están totalmente formados ni están todos
presentes en el momento de nacimiento. Así, describimos la vida de
siete en siete años, ya que éste es el tiempo que necesitan los cuerpos
para madurar. Por lo tanto, cada siete años se producen crisis que
generan cambios importantes.
Nuestro primer planteo es
determinar qué pasó en los tres primeros septenios y cómo ellos se
reflejarán en el resto de nuestras vidas. Las experiencias por las que
atraviesa un ser humano en las primeras etapas de su vida se reflejarán
en los últimos años de la misma. Lo importante de este planteo es
descubrir los procesos de enfermedad o las situaciones problemáticas que
surgen, determinar cuáles son sus raíces y tratar de analizar estas
cuestiones desde otros puntos de vista, más allá de un enfoque
estrictamente psicológico.
Después de nueve meses de embarazo,
el niño no está totalmente formado; son necesarios, aproximadamente,
treinta y tres meses para hablar de una evolución mínima completa. En
ese tiempo culmina la formación del sistema nervioso. Todo lo que es
normal para un niño antes de los dos años resulta patológico en el
adulto: sus reflejos, la circulación sanguínea; todo esto necesita una
transformación.
En los primeros siete años, el niño conforma y
consolida su cuerpo físico; a partir de ahora, su cuerpo físico está
completo. Éste es, además, el septenio durante el cual aparecen las
enfermedades infantiles. El niño, al nacer, trae el cuerpo vital de la
madre, al cual quemará con las altas temperaturas de las enfermedades
infantiles. La fiebre que se manifiesta, en estos primeros años de vida,
no tiene nada que ver con la fiebre que se desarrolla en los otros
períodos de la vida.
Las enfermedades infantiles tienen el
propósito de que el niño desarrolle su propio cuerpo vital, a partir de
los siete años, abandonando el cuerpo vital donado por su madre. Esto es
el principio de su proceso de individualización. Por lo tanto, es
importante no interrumpir estas enfermedades cuando aparecen.
Entonces, a los siete años se produce una transformación muy importante: el niño ha completado la formación de sus órganos; la formación de su cuerpo. A partir de ahora, las fuerzas que estaban dedicadas al crecimiento se liberan, transformándose en fuerzas delpensamiento; es decir, las fuerzas vitales que ayudaron al crecimiento formarán la conciencia del niño y, desde este momento, podrá pensar. Por esta razón, es muy importante no interrumpir la evolución física del niño aplicando estas fuerzas del crecimiento al pensar.
*Segundo septenio, desde los 7 a los 14 años:
Desde los siete a los catorce años, se desarrolla el septenio del
cuerpo vital. Este nuevo nacimiento, invisible para nosotros, está
señalado por dos hechos fundamentales:
-se completa el proceso de cambio de dientes
-el sistema nervioso ya está conformado
-se completa el proceso de cambio de dientes
-el sistema nervioso ya está conformado
A partir de los siete años, el niño está más despierto al mundo, ya ha
desarrollado su capacidad de aprendizaje y, así, podrá iniciar su vida
escolar. Esto es posible porque las fuerzas formadoras del cuerpo vital o
cuerpo etérico se liberan de la tarea de configurar órganos y sistemas,
correspondientes al cuerpo físico, y se transforman en fuerzas de
pensamiento.
El cuerpo vital es la base del temperamento, razón
por la cual el segundo septenio se caracteriza, también, por la
manifestación de los temperamentos. Son cuatro los temperamentos, a
saber:
-temperamento melancólico, con preponderancia del cuerpo físico, se expresa en el predominio de los órganos de los sentidos, tendiendo a los sabores ácidos
-temperamento flemático, con preponderancia del cuerpo etérico, se expresa en el predominio del sistema glandular, tendiendo a los sabores salados
-temperamento sanguíneo, con preponderancia del cuerpo astral, se expresa en el predominio del sistema nervioso, tendiendo a los sabores dulces
-temperamento colérico, con preponderancia del Yo, se expresa en el predominio del sistema sanguíneo, tendiendo a los sabores amargos
-temperamento melancólico, con preponderancia del cuerpo físico, se expresa en el predominio de los órganos de los sentidos, tendiendo a los sabores ácidos
-temperamento flemático, con preponderancia del cuerpo etérico, se expresa en el predominio del sistema glandular, tendiendo a los sabores salados
-temperamento sanguíneo, con preponderancia del cuerpo astral, se expresa en el predominio del sistema nervioso, tendiendo a los sabores dulces
-temperamento colérico, con preponderancia del Yo, se expresa en el predominio del sistema sanguíneo, tendiendo a los sabores amargos
El temperamento es una cuestión de destino; es decir, el hombre, a lo
largo de su biografía, deberá trabajar su temperamento. Cada ser humano
tiene, en su interior, los cuatro temperamentos, predominando, en él,
uno de ellos. En el suceder de la vida y con el trabajo del Yo, debiera
lograrse la armonía de los cuatro temperamentos.
Durante el
desarrollo de este septenio, el niño tiene la posibilidad de adquirir
hábitos, no sólo los hábitos de comer, dormir, sino también hábitos de
conducta, como: no criticar, respetar a los otros, saber perdonar. Por
lo tanto, la labor de los educadores, no sólo la de los maestros sino
también la de los padres, adquiere fundamental importancia.
*Tercer septenio, desde los 14 a los 21 años:
A los catorce años ha terminado la escolaridad primaria y se prepara
para ingresar en uno de los septenios más dramáticos que tendrá que
vivir: el tercer septenio, que transcurre entre los catorce y los
veintiún años.
A partir de los catorce años, aparecen las formas
corporales características y determinantes de ambos sexos: la
menstruación, en las niñas; la aparición del vello; el cambio de voz, en
los varones. Algunos hablan de bisexualidad otros de asexualidad; se
diría que los sexos se confunden, estableciéndose amistades muy
profundas e íntimas entres seres del mismo sexo. Es una etapa durante la
cual no hay una clara discriminación sexual.
En el embrión,
hasta los dos meses de gestación, están los esbozos genitales del hombre
y de la mujer; luego, uno de los sexos se atrofia, desarrollándose el
restante. Por lo tanto, venimos de un mundo espiritual en el cual no hay
diferenciación sexual. Lo sexual aparece después, en el plano físico.
Las fuerzas espirituales son las que promueven el funcionamiento
glandular con la secreción hormonal, determinando que ese ser, que ha
encarnado, sea hombre o mujer. Por consiguiente, un ser humano, por el
hecho de ser mujer, segregará hormonas femeninas y su condición femenina
guarda una estrecha relación con las experiencias a desarrollar en su
vida terrenal. El código genético es el resultado del plan que se trae
del mundo espiritual, tiene relación con el Yo, con la individualidad, y
no con el cuerpo físico. Es el resultado del destino del ser.
Durante este septenio tan difícil, se desarrolla el cuerpo astral o
cuerpo de sensaciones; es decir, el ser humano comienza a tener nuevos
sentimiento y sensaciones. Básicamente, comienza el aprendizaje para
quererse o para distinguirse a sí mismo. El joven se encuentra inmerso
en un mar de sensaciones y, así, frente al mundo, actuará según su gusto
o disgusto; es decir, aparecen las polaridades. El joven de esta edad
vive el deseo.
A partir de los veintiún años, esta situación se modifica porque nos acercamos al nacimiento del Yo.
SEPTENIOS DEL ALMA
*Desde los 21 hasta los 42 años:
A partir de los veintiún años, nos acercamos al nacimiento del Yo. Todo este proceso conduce a separar al joven de la madre.
A través de las distintas etapas de la vida del niño, la madre lo siente de diferente manera. La madre percibe al niño y ese estar percibiéndolo es una conexión vital. A los siete años, cuando nace el cuerpo vital del niño, la madre va desconectándose un poco del niño, proceso necesario para su desarrollo y crecimiento. A los catorce años, surge el cuerpo anímico del niño y, a partir de este momento, la madre percibe a su hijo de una manera diferente; hasta puede dudar de si ese ser es verdaderamente su hijo. Esta sensación se acrecienta al llegar a los veintiún años, cuando la madre puede sentir que desconoce totalmente al joven que tiene a su lado. Cuando la madre dice conocer mucho a su hijo; en realidad, sólo conoce al embrión de ese ser, conoce los pasos previos necesarios para que ese ser llegue a ser la individualidad que ahora es con sus veintiún años. A partir de este momento, podremos observar quién es en verdad la persona que comienza a manifestarse, un personaje que la madre aún no conoce. Los padres, como constituyentes del medio que rodea al niño, influyen pero no pueden conocer los impulsos que recién aparecen a los veintiún años. Esto es lo nuevo para cada uno de ellos.
Alrededor de los veintiún años, muchos
jóvenes sufren crisis violentas relativas a su propia identidad. Muchos
jóvenes sienten que deben liberarse de las imágenes fuertes de su padre o
su madre, para lo cual abandonan la casa paterna.
En este
septenio, la mayoría de las personas inicia su carrera profesional,
iniciando una etapa de experimentación, una etapa en la cual se
adquieren experiencias de vida. Es una etapa de gran creatividad, de una
gran satisfacción por vivir y probar todo aquello que fue aprendido,
especialmente, en la fase anterior. El joven está ?abierto? hacia su
entorno, sus capacidades todavía son ilimitadas y, por lo tanto, todo es
posible para él.
El desafío que debe enfrentar el joven, en esta etapa de su vida, es tratar de alcanzar el equilibrio interno, su seguridad interna, independientemente del medio que lo rodea.
Estos son los tres septenios centrales de la Biografía Humana, aquellos
que corresponden a la conformación del alma. Pueden ser descriptos como
los septenios de la vida anímica ya que, desde los veintiún años, el Yo
se hace presente plenamente en la vida de nuestras sensaciones. El alma
es nuestro mundo interno al cual sólo nosotros tenemos acceso.
Existen tres niveles en la conformación del alma que llamaremos
*Alma sensible, se desarrolla entre los veintiún y los veintiocho años;
*Alma racional, se desarrolla entre los veintiocho y los treinta y cinco años;
*Alma consciente, se desarrolla entre los treinta y cinco y los cuarenta y dos años.
*Alma sensible, se desarrolla entre los veintiún y los veintiocho años;
*Alma racional, se desarrolla entre los veintiocho y los treinta y cinco años;
*Alma consciente, se desarrolla entre los treinta y cinco y los cuarenta y dos años.
Durante el septenio del alma sensible el ser humano comenzará a
controlar su vida anímica; es el momento del autodominio. Aquellos
juicios impregnados de simpatía o antipatía son tomados con mayor
seguridad. El Yo aún no se constituyó en el centro del alma, pero el
individuo quiere saber cómo son realmente las cosas, quiere aprender a
conocer la vida y el mundo. Busca con empeño una posición en la vida,
afirmarse en su trabajo o en su profesión, compartir sus días con
alguien y, también, formar una familia. El joven percibe en sí una gran
creatividad y satisfacción de vivir.
El septenio del alma
racional es el centro de la biografía y durante el cual el pensar actúa
de manera más intensa. Lentamente, el Yo se emancipa del alma, ha
disminuido la violencia de los deseos y de los impulsos. Por lo general,
el individuo se torna escéptico y le es muy difícil acceder a un pensar
que no sea científico ? racional. Modifica su relación con los otros,
ya que terminada la juventud la vida se torna más seria.
Durante
el septenio del alma consciente se desarrolla la autoconfianza, lo cual
demanda un trabajo de la voluntad. Con este septenio culmina el proceso
de maduración del alma humana. A partir de este momento, el individuo
siente la exigencia de ser él mismo; no es ya el simple hecho de hacer y
lograr lo correcto sino de hacer y lograr aquello que tenga valor.
En el plano físico suele producirse una disminución de la vitalidad y de la capacidad de trabajo; inconvenientes que pueden superarse con el aumento de la autoexigencia, lo cual tendrá un costo en el futuro. Es una etapa en la cual aparece frecuentemente la sensación de vacío; vacío que predispone al encuentro consigo mismo. Es un período de aceptación de sí mismo y de los otros, constituyendo un verdadero ejercicio para lograr la autoconfianza.
*Séptimo septenio, desde los 42 años a los 49 años:
Este septenio, regido por Marte, es el septenio de la acción. Hemos
llegao a los 42 años; comienza el desarrollo del espíritu. El hombre y
la mujer se convierten en principiantes o aprendices, comenzando a
recorrer el largo camino del despertar espiritual.
Esta etapa de
la vida se caracteriza por la transformación consciente del Cuerpo
Astral y no meramente por el hecho de haber durado una cantidad de años a
partir del nacimiento físico.
Hay una gran diferencia entre el
esfuerzo consciente individual que cada ser humano realiza, en un lapso
aproximado de siete años, en beneficio de la transformación de uno de
sus miembros esencialres, y la suposición de que cada siete años ocurren
o "deben ocurrir" determinados fenómenos en la vida de un individuo.
Si el hombre o la mujer, que se aproximan a esta etapa clave para el
desarrollo de sus potencialidades espirituales, no hacen esta
transformación sufrirán una gran falencia.
Nos encontramos con que el individuo debe reconocer el comienzo de la declinación físico-biológica, lo cual se puede presentar de distintas maneras:
-Mayor desgaste físico.
-Aumento del cansancio frente a los mismos esfuerzos.
-Aumento de peso, ya que no es posible controlarlo como ocurría con anterioridad.
-Posibilidad de una incipiente caída del cabello.
-Notoria disminución de la visión.
-Péridida de la memoria.
-Decaimiento de las fuerzas vitales.
-Desequilibrios hormonales.
-Tendencia a la sequedad de la piel; por lo tanto, aparecen las arrugas;
-Un elemento infaltable en este período es la sensaión de vacío que acompaña a todas estas manifestaciones físicas y anímicas.
Este vacío, que puede ser vivido como soledad, trata de compensarse
con gratificaciones buscadas en el mundo exterior (viajes, cambio de
automóvil, de casa y, con frecuencia, cambio de pareja).
No
obstante el esfuerzo desmedido para sobreponerse a la disminución de las
fuerzas vitales, detrás de este proceso de negación siempre está
latente la posibilidad de la depresión / cáncer o de la
hiperexcitabilidad / infarto, supeditada al destino individual de la
persona. Y así, una concepción puramente materialista de la vida tornará
al hombre o a la mujer en esclavos de la casualidad, el azar, la buena o
la mala suerte. Sin embargo, cualquiera sea el concepto de vida que se
tenga, a partir del séptimo septenio el mundo espiritual comenzará a
llamar a la puerta y cada vez lo hará con más fuerza.
Lo
descripto hasta aquí, corresponde a costumbres habituales y generales
observadas en nuestra sociedad; una sociedad que lucha matenalmente por
sobrevivir, muy enejenada de sí misma como para poder percibir el
llamado del espíritu. Pero afortunadamente hay, cada vez más, individuos
cuyo Ser interior puede escuchar ese llamado.
El desarrollo
social estará directamente relacionado con la elección del camino a
seguir: la actitud podrá orientarse hacia fines realmente altruistas o
podrá cae en la tentación del uso y del abuso del poder.
En los
tres Septenios del Espíritu -séptimo, octavo y noveno- las tareas y las
metas deberán estar comprendidas dentro de una cosmovisión total. Ahora,
se generarán la humildad, la aceptación y el amor. Las realizaciones
deben ser patrimonio del espíritu y no meramente de la materia. El
trabajo individual se halla en el mundo físico, no podría ser de otro
modo ya que somos cuerpos físicos; pero la esenciadel acto de trabajar
pertenece a un orden de leyes no materiales. En este septenio es
imprescindible armonizarse con las leyes cósmicas.
En este primer septenio de desarrollo espiritual, el alma se pone al servicio del espíritu. El alma es lo que nos conecta la mundo físico para que el espíritu pueda expresarse. A su vez, el espíritu, para poder utilizar el cuerpo necesita necesita sentir y transformar ese cuerpo (el alma) que representa su conexión con el plano físico. Este constituirá el trabajo interior del septenio: la transformación del Cuerpo Astral; es decir, nuestro cuerpo de sensaciones, para permitir el advenimiento del Yo espiritual, el más elevado de nuestros cuerpos suprasensibles.
SEPTENIOS DEL ESPÍRITU
*Octavo septenio, desde los 49 años a los 56 años:
En plena crisis de los 50, el hombre y la mujer se acercan a los
umbrales de un nuevo proceso. Se trata de un fenómeno sociocultural y
familiar muy fuerte que determina, drásticamente, la transferencia a
otro grupo social: el de la tercera edad, la edad madura o, peor aún, el
de la vejez.
En la mujer, el hecho biológico dominante está
dado por el cese de su período menstrual o menopausia. Por supuesto,
este proceso será vivenciado individualmente de manera muy diferente
según sea su preparación interior y su disposición anímico-espiritual.
En el caso del hombre, un fenómeno biológico parecido se produce merced a
los problemas de la próstata, aunque éstos no son inexorables en su
aparición ni poseen igual jerarquía sociocultural que la menopausia.
En la actualidad, se han desarrollado una serie de investigaciones
sobre estos temas. Desafortunadamente, gran parte de las conclusiones a
las que éstas arribaron desemboca en alguna sustancia química que, al
emplearla en el organismo humano, reproduce los efectos producidos por
la hormona o el neurotransmisor que ha comenzado a declinar
naturalmente. Sin embargo, estas ?soluciones parciales para sentirse
mejor? y no brindan ninguna respuesta valedera a los interrogantes
básicos del hombre y de la mujer de esta edad.
El problema del
climaterio masculino y femenino no se resuelve en plano
químico-biológico, aún cuando algunas modificaciones, en este sentido,
otorguen un alivio pasajero a determinados síntomas. Tampoco es una
cuestión estrictamente psicológica. Quiere decir, entonces, que se han
dado respuestas al cuerpo físico en el terreno de la bioquímica; se ha
dado respuesta a una parte del alma en el ámbito de la psicoterapia;
pero no hay respuestas para el espíritu en el plano trascendente. Y éste
es un trabajo individual, de perseverancia y de elevación de la propia
conciencia.
He aquí, precisamente, lo que se abre para el ser
humano tras esta nueva crisis: la época central de los tres Septenios
del Espíritu. Lo que antes era una insinuación, en este octavo septenio,
es una norma. Aquella vaga necesidad de una respuesta espiritual que
empezó a ceñir el alma después de los 40, se transforma ahora en una
presión constante sobre nuestras actividades cotidianas. Es el reflejo
del segundo septenio (7 a 14 años), cuando se consolidaba el incipiente
cuerpo etéreo individual. Así como a los 7 años se producía el
nacimiento del cuerpo etéreo del hombre, ahora es necesario prepararse
para transformar ese cuerpo etéreo. Sobre la base de aquella estructura,
hemos administrado vitalidad al cuerpo físico y hemos adquirido poco a
poco los hábitos y las costumbres. Aquí debemos recordar que es mucho
más difícil cambiar un hábito o una costumbre -ámbito del cuerpo etéreo-
que modificar una cualidad anímica -ámbito del cuerpo astral-. Es más
sencillo revertir una tendencia egoísta -cuerpo astral- que el hábito de
la crítica -cuerpo etéreo-.
En este octavo septenio se produce
la culminación de la reflexión y del pensar, que ya no están exigidos
por la acción como en el período de 42 a 49 años.
Además este es
el septenio del desarrollo moral; una verdadera transformación del
cuerpo etéreo trae aparejada una profundización de lo moral. La moral no
se fundamenta en sermones, ya que si esto fuera posible no habría
inmoralidad sobre la Tierra. Dice Rudolf Steiner: "Saber lo que hay que
hacer, lo que es moralmente correcto, es lo que menos importancia tiene
en la cuestión moral; lo importante es que existan dentro de nosotros
impulsos que, en virtud de su poder interior, de su fuerza interna, se
conviertan en actos morales, es decir se proyecten al mundo exterior
como realidad moral."
En estos tres últimos septenios, se hace
cada vez más evidente la dualidad del ser humano. Puede manifestarse un
hombre con predominio de apetencias y necesidades solamente materiales:
es el hombre que "duerme" o que, simplemente, "existe" y para quien la
vida es una caja de sorpresas, de casualidades ilimitadas, un continuo
esquivar de obstáculos o un aprovechar la ausencia de ellos, sin que
despierte en él la conciencia del aprendizaje que la vida ofrece. Pero
también puede emerger el otro hombre: aquel en el que germinaron las
semillas sembradas durante el septenio anterior cuando era un
principiante en el camino espiritual y ese proceso lo conduce ahora al
despertar de su maestro interior.
En esta pugna es fundamental
el trabajo de autoconocimiento desarrollado por cada uno. Ahora ya no
importa lo que el hombre quiera realizar sino lo que los otros necesitan
de él. La creatividad se expande con una cosmovisión de la Totalidad.
Una nueva filosofía de vida se puede instalar y, también, puede aparecer
una nueva concepción del mundo.
En este septenio hay dos temas
centrales: el despertar del maestro interior y la enseñanza; ambos
indisolublemente ligados por su esencia. Ese maestro que ha despertado
es el arquetipo de lo humano. Maestro es el que puede cambiar a los
otros. Su despertar en nosotros hace verdad la promesa tácita de
reunificación, de reencuentro con nosotros mismos. Este maestro ya no es
el guía sino que es el consejero que da instrucciones para lograr la
disciplina interior, a la vez que procura un decidido desarrollo del
pensar. Y la consecuencia directa de este despertar permite la
posibilidad del enseñar como ideal y de aconsejar con amor.
*Noveno septenio, desde los 56 a los 63 años:
Estamos ahora en el umbral de una nueva crisis muy especial dado el
grado de conciencia que puede alcanzar el hombre a esta edad. La crisis
puede manifestarse en el ámbito de lo humano y de lo espiritual. En el
primer caso, la crisis se puede producir como corolario de una vida
poblada de desaciertos o equivocaciones que no han podido ser reparadas.
El ámbito de esta manifestación es el referido a los vínculos; es
decir, la sociedad toda en la que se desarrolla cada biografía.
Sobrellevar estas situaciones conflictivas suele demandar grandes
esfuerzos y, si no se resuelven, una incipiente depresión puede ser la
consecuencia.
La crisis espiritual se produce por una apertura
de conciencia, por un despertar del espíritu que llamamos fase mística
de la evolución: el individuo siente un llamado imperativo de ciertos
impulsos espirituales que no logra concatenar con la vida llevada hasta
es presente. Estos impulsos pueden obedecer a ideales tales como la
verdad, la fraternidad, la justicia o la libertad.
A medida que el ser huamno se acerca a las últimas etapas de cada experiencia de vida, las crisis anímicas debieran ser de menor envergadura mientras crecen en importancia las experiencias vinculadas al mundo trascendente o espiritual. Tarea nada fácil y que supone un sabio desapego del mundo exterior y una marcada inmersión en el mundo interior.
El noveno septenio es el indicado para realizar una síntesis de todo lo vivido; también, es propicio para hacer una síntesis de toda la biografía y aprehender con claridad las tres funciones anímicas: sentir, pensar y actuar.
A medida que el ser huamno se acerca a las últimas etapas de cada experiencia de vida, las crisis anímicas debieran ser de menor envergadura mientras crecen en importancia las experiencias vinculadas al mundo trascendente o espiritual. Tarea nada fácil y que supone un sabio desapego del mundo exterior y una marcada inmersión en el mundo interior.
El noveno septenio es el indicado para realizar una síntesis de todo lo vivido; también, es propicio para hacer una síntesis de toda la biografía y aprehender con claridad las tres funciones anímicas: sentir, pensar y actuar.
La comprensión puede llegar a través de un trabajo
consciente o inconsciente. La comprensión inconsciente se puede lograr a
través de la propia experiencia vivida y suele ser la más habitual. La
comprensiónconsciente, en cambio, exige de la persona una participación
activa, una observación atenta del mundo y de sí mismo y una concepción
integral del hombre.
En este noveno septenio es importante que el hombre aprenda a tomar clara conciencia de estas actividades esenciales del alma.
El pensamiento sirve para captar los conceptos y relacionarlos. Es una actividad subjetiva que tiene por objeto una realidad objetiva. El propio pensar es una actividad espiritual por excelencia por la que el hombre participa de una realidad inmaterial: el mundo de los conceptos. El hombre los capta, no los produce. Cuando se llega a ciertos niveles de interiorización nos damos cuenta de la poca importancia que tiene la necesidad de refutar a nuestro interlocutor con el mezquino deseo de afirmar nuestra personalidad.
Y así como tratamos de penetrar el
mundo espiritual de los conceptos a través del pensar, así debemos
conocer qué es el sentir en nosotros. En esta etapa tenemos que tener
muy clara la diferencia entre lo que pensamos y lo que sentimos; debemos
descubrir cuándo un deseo latente impulsa la construcción de un juicio
para justificarlo. A esta edad, tanto los deseos como las pasiones,
deben ser metamorfoseadas en sentimientos nobles y elevados. Lo mezquino
deberá ser desplazado por sentimientos altruístas (alter = otro). En
este septenio es muy importante la luz que emana de un ideal, como la
verdad o la libertad, para que el ser humano sea guiado y logre
desarrollar a pleno las grandes metas humanas que viven impresas en su
espíritu.
Si el hombre tiene clara conciencia del pensar y del sentir, le resultará más sencillo cómo debe actuar, cómo debe ser usada su voluntad, en este tramo de la biografía signado especialmente por la realización.
Si el hombre tiene clara conciencia del pensar y del sentir, le resultará más sencillo cómo debe actuar, cómo debe ser usada su voluntad, en este tramo de la biografía signado especialmente por la realización.
Pero, ¿qué es la voluntad? Es una fuerza que anida
en las profundidades inconscientes del alma. Es la fuerza de la acción,
es el acto volitivo.
Podemos identificar a la voluntad a medida
que se expresa en los miembros esenciales del ser humano. Su primera
expresión la denominamos instinto y opera en el ámbito del Cuerpo Físico
haciéndose cargo de los impulsos vitales (crecimiento, alimentación y
reproducción) y, así, fue caracterizada en el primer septenio. Cuando
esta fuerza es penetrada por el Cuerpo Etérico, se convierte en apetito o
impulso. La acción repetida del impulso genera el hábito. En el segundo
septenio, es cuando su acción se manifiesta con claridad; pero es, en
el tercer septenio, cuando se hace consciente al establecer contacto con
el Cuerpo Astral transformándose en deseo.
Cuando esta fuerza
de lo volitivo entra en el dominio del Yo, se transforma en motivo,
ocupando los tres septenios centrales, los septenios del alma. Y, aquí,
se establece una clara diferncia con lo animal: tanto el hombre como el
animal pueden tener deseos, pero sólo el hombre puede tener motivos. De
ahí en más, en los septenios del espíritu, la voluntad adquiere
connotaciones elevadas de acuerdo con el nivel que alcance cada uno de
los gérmenes superiores del Yo:
-Aspiración, en el nivel del Yo Espiritual (séptimo septenio)
-Propósito, en el nivel del Espíritu Vital (octavo septenio)
-Resolución, en el nivel del Hombre Espíritu (noveno septenio)
-Aspiración, en el nivel del Yo Espiritual (séptimo septenio)
-Propósito, en el nivel del Espíritu Vital (octavo septenio)
-Resolución, en el nivel del Hombre Espíritu (noveno septenio)
Como corolario de la conciencia de las funciones anímicas a
desarrollar, en este septenio, repetimos que la comprensión del pensar,
del sentir y del actuar, puede ser fruto de un trabajo inconsciente o
consciente. Hacer el trabajo plenamente consciente nos impulsará de
lleno a penetrar el conocimiento de los mundo superiores.
Este
septenio está regido por Saturno; lo dominante es la resolución que se
expresa a través de la realización. La realización es la fuerza para que
el Yo pueda hacer lo que el espíritu quiere en mí; es la realización
del acto, la posibilidad de realizar por sí mismo.
La forma
física, que surgía en el primer septenio, es vivida ahora
espiritualmente. Las que antes eran fuerzas creadoras, ahora se
transforman en fuerzas de la conciencia. Ya hemos dicho que, detrás del
aspecto físico visible, conformado por la sustancia, se entretejen las
fuerzas espirituales propias de la materia integradas en el Cuerpo
Etéreo, en el Cuerpo Astral y en la organización del Yo. Y, así, el
cuerpo físico se transforma en un verdadero recéptaculo de fuerzas
espirituales. Por supuesto que la percepción de esta metamorfosis de
fuerzas dependerá del desarrollo espiritual alcazado por cada persona.
La presenilidad, posible en este septenio, puede acompañarse con
problemas de salud, físicos o psíquicos. Si estos se hacen presentes y
el individuo no ha hecho un trabajo de apertura espiritual, es muy fácil
que toda su atención se centre en sí mismo, tornándose egoísta,
perdiéndose para sí y para el mundo. Este tipo de situaciones inhiben
las posibilidades de percepción espiritual y el hombre se encamina hacia
un verdadero proceso de deterioro y esclerosis psicofísica.
La vivencia de la muerte es muy clara, lo cual lleva a una nueva crisis. Aparece otra depresión: la de la vejez. Una adecuada transformación de la fuerzas físicas en fuerzas de la conciencia es una buena prevención para este tipo de depresiones.
En este noveno septenio, se establece una conexión con el primero; hay una iluminación de la vida infantil y una reconciliación con todas sus manifestaciones. Si el hombre o la mujer del noveno septenio no fueron buenos padres o madres, pueden descubrir ahora, como abuelos o abuelas, las delicias de esta etapa de la vida.
LOS SEPTENIOS Y SUS TRANSFORMACIONES
Los tres primeros septenios (septenios del cuerpo), desde el nacimiento
hasta los veintiún años, se reflejarán en los tres septenios de la
madurez. Este será un reflejo consciente; es decir, aquí comienza a
actuar la conciencia que la persona pone en marcha para que se produzcan
determinados cambios en ella.
Así como a los catorce años comienza la menstruación, a los cuarenta y nueve años comienza la menopausia.
Así como a los catorce años, anímicamente, el joven compite, el varón y la mujer se diferencian y los grupos que forman se destruyen entre sí; a partir de los cuarenta y dos años, las personas tienen, en general, otra manera de relacionarse, tienden a formar comunidades y trabajar con ideales comunes.
Así como a los catorce años, comienza la vida sexual; a los cuarenta y dos años, puede empezar a caducar el interés por la sexualidad, a caducar con un sentido de transformación.
A los catorce años, todo lo relacionado con el cuerpo tiene enorme importancia, mientras que, a partir de los cuarenta y dos años, este interés se transforma en algo que podemos llamar espiritual y comienza a plantearse el tema de la muerte.
A partir de los cuarenta y dos
años, aparecen crisis que pueden ser físico - anímicas. Una crisis
física consiste en sentir que el cuerpo físico ya no responde como antes
y, en este caso, la persona puede reaccionar de dos maneras:
-luchando contra esta situación, pudiendo matarse en el esfuerzo.
-luchando contra esta situación, pudiendo matarse en el esfuerzo.
-aceptando lo que le ocurre y, así, adoptar una nueva actitud frente a la vida. En este caso, surgirán las necesidades espirituales.
El septenio de los cuarenta y nueve a los cincuenta y seis años tiene como espejo el septenio de los siete a los catorce años.
Así como a los siete años el niño comienza su escolaridad; a partir de los cuarenta y nueve años el ser humano necesita enseñar, se transforma en maestro. Esta es una necesidad vital; el ser humano necesita ser escuchado, necesita transmitir algo, en suma, necesita dar.
Así
como entre los siete y los catorce años empiezan los hábitos; entre los
cuarenta y nueve y los cincuenta y seis años será muy importante
trabajar sobre los hábitos adquiridos, ya que, en este septenio, se
desarrolla una fuerza que nos permite cambiar nuestros hábitos.
En el último septenio, entre los cincuenta y seis y los sesenta y tres
años, se producen alteraciones sobre todo en lo que respecta a la
memoria. Es muy común que las personas de esta edad olviden hechos
recientes; sin embargo, están revitalizando hechos que ocurrieron entre
el nacimiento y los siete años, hechos que se recuerdan con gran
claridad.
A partir de los cuarenta y dos años y a lo largo de
los septenios que siguen es muy importante recuperar las vivencias
infantiles, no sólo recuperarlas sino revitalizarlas y transformarlas.
Una característica de la niñez es el asombro, así como también el
egoísmo. Por lo tanto, en esta etapa de nuestras vidas es ideal percibir
la necesidad del otro, desarrollar nuestra capacidad para escucharlo y,
de este modo, lograr el asombro.
Precisamente, gracias a estas
vivencias el mundo se desplegará ante nosotros y podremos transformar el
egoísmo infantil en la capacidad para reconocer al otro.
A
partir de los cuarenta y dos años es fundamental comenzar un trabajo
constante con el desapego y con el perdón. El desapego cobrará una
importancia cada vez mayor a medida que pasan los años ya que con el
paso del tiempo la persona tiene menos necesidades materiales. El
desapego constituye una muy buena señal en el camino de la evolución
personal.
El trabajo con el perdón es mucho más difícil y requiere una preparación espiritual.
TRABAJO ESPIRITUAL PARA LOS SEPTENIOS DEL ESPÍRITU
Existen cinco cualidades que se manifiestan en una evolución sana de un
proceso biográfico de madurez, ancianidad y muerte. Estas son:
unicidad, desapego, amor al prójimo, agradecimiento y perdón.
La
sensación de unicidad ocupa el centro del alma del hombre y de allí se
desprenden las otras cuatro características. La idea de que la unicidad
ocupa el centro del alma ha surgido al observar que, cuando la persona
llega a experimentarla, las otras cualidades pueden ser alcanzadas sin
dificultad. Ocupar el centro significa que la persona se siente ubicada
allí reiteradamente y hace de esto un aspecto central de su vida.
Al hablar de la sensación de unicidad nos referimos a esa especial
sensación de unidad con el Todo. Pero, ¿qué es el Todo? En realidad, no
hay conceptos que puedan definirlo, ya que en el caso de lograrlo, lo
definido dejaría de serlo; simplemente, el Todo Es.
Las
personas, que han hecho abandono de su cuerpo físico en una situación de
extremo riesgo, como un accidente o una operación quirúrgica, describen
la sensación de unicidad como la sensación de no poseer un cuerpo y, a
la vez, de sentirse parte del Universo. El cuerpo es el Cosmos mismo y
la sensación de unicidad se manifiesta con la esencia de las cosas y no
con las cosas en sí. Las cosas del mundo físico se vivencian como una
consolidación material de aquella esencia. Sin embargo, no es una fusión
cósmica con pérdida de conciencia; siempre existe la conciencia de sí
mismo participando y gozando de esta experiencia inédita.
Cuando
la experiencia cesa y se retorna al cuerpo, por lo general, se duda de
lo vivido, ya que el imperio de los sentidos y nuestro condicionamiento
cultural no dejan resquicios para experiencias suprasensibles. Pero lo
más valioso de estas experiencias es el cambio de vida de quienes las
han vivido y su necesidad de conocimiento acerca de los mundos
espirituales.
Existe otra forma de acercarse a esta sensación de
unicidad y es la que verdaderamente interesa en todo proceso
biográfico. No se manifiesta bruscamente y no posee ni la fuerza ni la
intensidad de las experiencias relatadas por las personas que
atravesaron por dichas situaciones de extremo riesgo. Es un proceso que
se instala lentamente, a partir de la cuarta década de la vida, debiendo
ser cultivado cuidadosamente. En este caso, si la persona abre sus
sentidos a esta nueva sensación de unicidad, decidiéndose a
profundizarla conscientemente, se habrá iniciado el verdadero camino del
principiante que aspira a la fraternidad y unidad en el camino
espiritual. Para este proceso son de gran ayuda la meditación diaria y
la observación constante de sí mismo. De esta manera, es posible romper
con la esclavitud de la conciencia de vigilia y apreciar la causalidad.
Al tomar conciencia de esta causalidad, que obra en nuestra existencia,
nos preparamos para abordar el concepto de karma. Sólo así, la vida
adquiere sentido como escuela y cada tropiezo será bienvenido por el
mensaje que encierra. Todo hecho deberá relacionarse con la causalidad y
el orden universal y, así, la persona logrará instalarse, poco a poco,
en la sensación de unicidad emergente. Más aún, todo conocimiento
adquirido debe apuntar a la unión con el Todo y aquel conocimiento
antiguo deberá ser reformulado en relación con la Totalidad.
Cuando este estado de unicidad ocupa el centro del alma se percibe una
agradable sensación de paz y un germinar de sentimientos serenos de amor
y fraternidad universal.
Estas sensaciones de unidad y de paz interior suelen despertar el desapego. ¿Qué es el desapego?
-Es un cambio de valores.
-Es la transformación de valores materiales en valores espirituales.
-Es un valor que está en el centro, equidistando entre la posesión y la indiferencia.
El verdadero despego produce una sensación de paz y esta misma
sensación lo incentiva. La actitud de desapego estimula en la persona la
alegría de descubrir que necesita cada vez menos para estar cada vez
mejor. Desapegarse no significa no tener, significa no depender de lo
que se tiene. Los valores materiales susceptibles de ser trabajados
internamente como actitud de desapego abarcan todos los sbjetos físicos
que nos rodean, desde los más insignificantes hasta los más grandes.
Mucho más difíciles de ser abandonados son los valores anímicos, porque
son más sutiles y están menos expuestos al campo iluminado de nuestra
conciencia; por ejemplo, los roles que ejercemos diariamente, el
prestigio alcanzado o el manejo del poder.
Las razones
espirituales del desapego son casi obvias: la conciencia superior sabe
de lo efímero de la existencia física; basta elevarse a otro nivel de
conciencia para que el desapego del mundo físico se constituya en un
hecho lógico y necesario. Desde el punto de vista de la conciencia de
vigilia u objetiva, hay un solo acontecimiento en la vida que no resiste
la menor objeción por parte de la razón, esto es la muerte del cuerpo
físico. Es muy comprensible, entonces, que a partir de la segunda mitad
de la vida esta tremenda verdad humana cobre fuerza inconscientemente en
el alma.
Todo desapego del mundo de los sentidos, antes de
enfrentar la muerte física, facilitará enormemente el tránsito hacia el
otro plano de conciencia y permitirá, en futuras encarnaciones,
disfrutar serenamente del proceso tan temido.
La sensación de unicidad y la actitud de desapego confluyen en un sentimiento muy elevado el amor al prójimo.
"Amarás al Señor, tu Señor, y al prójimo como a ti mismo" encierra una
verdad oculta: el re-conocimiento de la Divinidad en el otro así como en
nosotros mismos. Reconocer a Dios en el otro y en nosotros sólo es
posible merced a una profunda devoción y reverencia que despierta en el
hombre la emanación divina que vive en su Espíritu.
El amor al
prójimo se cultiva y crece. Es un largo camino que parte del egoísmo
para llegar al altruísmo, al otro. Desde un punto de vista es un proceso
que, por un lado, recibe aportes de la unicidad y del desapego y, por
otro lado, del agradecimiento y del perdón. Es una sensación que se
instala en nuestro Ser y se manifiesta como sensibilidad ante la
necesidad ajena. Cuando esta sensibilidad se expande en el alma, se
expresa en el mundo como acto de generosidad.
La sensación de amor al prójimo siempre despierta un sentimiento de sana alegría, un verdadero bálsamo anímico-espiritual.
¿Y qué podemos decir del agradecimiento y del perdón?
El agradecimiento es una sensación muy poco cultivada en el alma humana. El agradecimiento nace de los hechos más insignificantes, como respirar, caminar conscientemente, oir el canto de un pájaro, presenciar una puesta de sol, recostarse sobre el tronco de un árbol o acariciar a un animalito. Todo esto despierta un sentimiento de amor y fraternidad universal que incentiva el amor al prójimo, pudiendo trascenderse lo humano para llegar a lo divino.
El perdón provoca una sensación
de benevolencia. Si analizamos el vocablo en detalle nos encontramos que
la palabra perdón se compone de una preposición inseparable: per, que
rrefuerza su significado y de un verbo que tiene una profunda
sognificación en sí mismo como acción de desprendimiento y entrega,
donar. Sin embargo, en el mismo vocablo permanece en silencio otro
significado el de don. El sentido de la donación es el de la dádiva u
ofrenda, como así también es una cualidad del ser huamno. Por lo tanto,
el perdón es una verdadera cualidad del hombre que le permite
desprenderse tanto de objetos materiales como del orgullo personal;
desapego, para ofrecer una dádiva; amor al prójimo, que estimula en el
espíritu la sensación de agradecimiento que lo une con el Todo,
unicidad.
Aquí hablamos del perdón como una actitud del alma en
relación con el mundo; una actitud libre que, en cada momento, podemos
elegir asumir o rechazar. La actitud interior de perdonar encierra un
doble aspecto: anímico y espiritual. En el aspecto anímico produce un
alivio y una liberación, es un desprenderse de algo que a su vez nos
mantenía atrapados y esclavizados. Nos desprendemos de sentimientos
tales como odio, humillación, dolor.
En el aspecto espiritual,
el trabajo consciente del perdón nos abre las puertas del aprendizaje,
nos torna flexibles y compresivos con respecto a la naturaleza humana.
Es un excelente instrumento para cincelar aspectos oscuros del alma y
nos abre el camino a la indulgencia y la compasión. La compasión se
apoya en la humildad y es el profundo sentimiento de amor cristiano
hacia el semejante, sin guardar relación con el sentimiento de lástima.
Saber que el otro es nuestro espejo, que los mismos errores que hoy
criticamos fueron nuestras equivocaciones ayer, que en nuestro corazón y
en el de nuestros semejantes brilla la misma luz, es suficiente para
que se agigante el sentimiento de unicidad y amor al prójimo. Por estos
motivos, los tres septenios de Espíritu constituyen, en cada
encarnación, la oportunidad de que el Yo evolucione un poco más para
acercarse a sus verdaderas metas espirituales.
Por lo tanto, el
perdón es una verdadera cualidad del hombre que le permite desprenderse
tanto de objetos materiales como del orgullo personal; desapego, para
ofrecer una dádiva;amor al prójimo, que estimula en el espíritu la
sensación de agradecimiento que lo une con el Todo, unicidad.
LA VIDA CONTINÚA ¿ANCIANIDAD O VEJEZ?
A partir del noveno septenio (63 años en adelante) comienza una etapa
signada por una nueva polaridad: el predominio de las tribulaciones
físicas y anímicas donde “todo duele o molesta” o la aparición del sol
de la sabiduría donde el agradecimiento a la Vida preside todos nuestros
actos.
Es una etapa difícil, pero no imposible, para introducir
cambios sustanciales en la propia vida. La muerte del cuerpo físico
constituye un hito cercano; se puede optar entre la añoranza de la
lozanía perdida ( himno a la decreptitud) o expandir la conciencia más
allá del destino final de dicho cuerpo (himno al Amor). De nosotros
depende seguir el camino de la ancianidad o la vejez.
El
diccionario de la Real Academia presenta a los dos conceptos (ancianidad
y vejez) como sinónimos, pero ofrece algunos ejemplos sutiles que
llevan a la reflexión.
Lo obvio es, en este caso, también significativo: Anciano (letra A) figura al comienzo y Viejo (letra V) al final.
La palabra “anciano” deriva de “ante”, y ya se utilizaba a mediados del
siglo XIII; otros sinónimos que aparecen son “patriarca” y “abuelo”,
los cuales transmiten en sí mismos una sensación de ancianidad sabia y
respetable.
Por su parte, la palabra “viejo” ostenta también
algunos sinónimos tales como “deslucido” y “estropeado por el uso”, que
hacen innecesario agregar comentario alguno. Etimológicamente deriva del
vocablo “vetus”, y su evolución fue la siguiente:
En el siglo XVII, veterano
En el siglo XIX, veterinario (El significado tenía relación con las
“bestias de carga”, es decir, animales viejos, impropios para montar y
que necesitan de un veterinario más que los demás).
En el siglo XIX, vetusto (muy viejo)
De tal modo, si aplicamos estas reflexiones a la biografía, debe
hacerse una diferenciación sustancial cuando un ser humano deviene viejo
ó anciano.
Vamos a desarrollar los dos estados arquetípicos: ancianidad y vejez.
Observando el siguiente cuadro, surge con claridad la diferencia radical entre ambos arquetipos.
En cuanto a la vejez:
-Golpea con fuerza la conciencia de la madurez de quien la observa.
-La decrepitud, el deterioro de la forma y la desconexión con la realidad circundante se presentan ante nosotros como una pésima caricatura de lo que fue.
-El automatismo semiconsciente, el malhumor y un monótono parloteo estimulan la necesidad de ignorar la presencia del “viejo”.
- La debilidad del que grita y golpea se hace realidad ante nosotros.
-El viejo vive sumido en el egoísmo y la desconfianza.
-Tiene muchos miedos, le teme a la muerte.
-No existe la propia responsabilidad, la culpa siempre es ajena.
-Celebra su cumpleaños, o sea la cantidad de años vividos, y no sabe porqué.
-Vegeta, vive biológicamente.
-El destino es un geriátrico, al que le teme.
-La esclerosis de los órganos de los sentidos lo aísla cada vez más del mundo.
-Vive preso del cuerpo y de la vida.
-El espíritu se ha desconectado del cuerpo físico.
- Es su MUERTE.
En cuanto a la ancianidad:
-La imagen del anciano está unida a la sabiduría y el respeto; dos altos valores que hablan de la dignidad humana.
-La sensación de transitoriedad que deja traslucir ahora su vida, le brinda algo positivo: una conciencia cada vez más clara de lo que le pasa, de lo que es eterno. Sabiduría es aquello que surge cuando lo absoluto y lo eterno se manifiestan en la conciencia finita y transitoria arrojando luz sobre la vida.
-Su fortaleza interior le permite callar y escuchar. El anciano aprendió a escuchar y sabe cuándo debe callar.
-Cuando habla, su discurso siempre denota una cosmovisión del mundo.
-La reflexión, la prudencia y la oportunidad son sus características.
-Sabe perdonar y agradecer.
-Asume la responsabilidad de sus propios actos.
-Aprendió a confiar, y no teme que lo engañen.
-No tiene miedos.
-No le teme a la muerte, la aguarda.
-Acepta su destino y no tiene exigencias; podría vivir en un geriátrico pero nadie quiere privarse de su compañía.
-Su cuerpo envejece armónicamente, la esclerosis del cuerpo físico es soportada con nobleza; eso le otorga lozanía.
-Celebra el día de su aniversario (birthday) recordando el momento y la época en que llegó al mundo. Celebra la cualidad que posee dicha fecha en relación con su existencia.
-El espíritu sigue expresándose a través de ese cuerpo físico que envejece, expandiendo la luminosidad del Ser.
-Vive en sí mismo la libertad plena de su alma y de su espíritu.
-Es su RENACIMIENTO.
Características generales:
Hemos hablado de la polaridad arquetípica ancianidad- vejez; sabemos
que, como en toda división de lo humano en categorías, nadie se
encuentra totalmente involucrado en una sola de tales polaridades. Es
raro que la realidad individual sea blanca ó negra; en general, es gris
claro ó gris oscuro. El proceso siempre es gris y se puede dirigir hacia
la luz o hacia la oscuridad.
Por otra parte, lo expuesto, más
que una descripción de lo existente es un alerta para quienes nos
acercamos a esas etapas. Es ésta una semblanza espiritual de la vida
después de los 63 años.
Por entonces deben existir objetivos de
vida. El hombre o la mujer de esta edad puede observar que tiene por
delante una gracia divina y esto estimulará su reconocimiento y
veneración; no porque la vida sea tan bella sino porque puede
estructurarla y analizar la existencia pasada evaluando así los
distintos aspectos de la misma.
Extracto del libro La Tierra como Escuela -Roberto Crottogini-
Vía: Proyecto Hermes (Centro de Docencia, Asistencia e Investigación Antroposófica en Argentina)
http://www.proyectohermes.com/
Vía: Proyecto Hermes (Centro de Docencia, Asistencia e Investigación Antroposófica en Argentina)
http://www.proyectohermes.com/
Si quieres recibir más información por favor, contacta con nosotros en waldorfvalladolid@gmail.com
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